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Resumen
Mi pensamiento, al interpretar este antiguo poema –suma de finas formas conteniendo sublimes esencias– ha sido hacer una apología del rey poeta olvidado en su remoto imperio. Me han bastado para el caso los sutiles elementos de que se forma el divino cántico. He buscado en las minas de oro, de los amplios versículos, y, con palabras y notas que ya se desconocen, me doy al elogio en la hora en que el sol se pone tras las acacias opalinas. Dondequiera que he visto siluetarse la figura del exaltador de la Sulamita –la mente oscura en su anhelo de luz hacia el amor del espíritu– he buscado un detalle, una orientación para enfrentarme con la verdad del poema. Está lejos de nosotros el orientalismo. Somos pueblos dinámicos y amamos la fuerza exterior y el deslumbramiento de las cosas. Nuestro mundo occidental posee una civilización acorde con nuestros deseos y nuestra vida. Pero esto no quiere decir que dejemos de penetrar la hermosura ondulante sobre las líneas serenas de la gracia. De gracia está hecho ese poema, de un fresco ramillete auroral de luces rosa. Sus imágenes son para los poetas de hoy, para los que tratan de explorar el porvenir. Es el momento de deshojar la extraña y misteriosa flor nacida entre arcos de oro.