Resumen
Rubén Darío no es el primer poeta de América. Y ni siquiera el segundo. En la objetividad de su verso, no hay esa esencial revelación de nacionalidad, que es tan precisa para levantarse sobre el corazón de un pueblo o de una raza. Al autor de “Margarita Gautier” antes que poeta de América podría tachársele de poeta heleno. En el alma de “el tiburón” como se le ocurrió llamarlo a nuestro amigo Bonafoux, no hay rasgos genéricos y olímpicos que alcancen la infinita extensión de nuestras anchuras ni la inconmensurable grandeza que lucen en sus cúspides, los gigantescos Andes, los que son, a manera de un boa soñador y atrevido cuyo ambiente, cuando agita tan sólo una de sus anillas, cunde el terror de la muerte y el primor de los tonos encendidos.