(Juana Díaz, 1880-Ponce, 1968). Fue poeta y estudió idiomas extranjeros y pintura. En los años cuarenta, estudia formalmente lenguas y literaturas hispánicas en la Universidad de Puerto Rico. Se da a conocer en el mensuario Idearium que dirige Nemesio R. Canales en San Juan. En 1946, se publica en las prensas de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico el libro titulado Antares mío, recomendado por el poeta español Pedro Salinas, entonces profesor visitante. En 1960, se publican sus versos dedicados a San Juan de la Cruz, titulado Entre las azucenas olvidado. Un último ciclo de su poesía se reúne bajo el título Mentares de la piedra de Puerto Rico. Afirma Josefina Rivera de Álvarez que Soledad Lloréns Torres marca el inicio de la renovación vanguardista dentro del parnaso femenino.1
Siguiendo, a modo de reescritura o de continuidad, dos poemas de Evaristo Ribera Chevremont, titulados “Tú, muerta” y “Yo, muerto”, pertenecientes a los libros La copa de Hebe y El hondero lanzó la piedra, respectivamente, Soledad Lloréns Torres (1880 1968), hermana de Luis Lloréns Torres, publica desde Ponce en 1925, en el periódico El Imparcial, el poema titulado “Sí: Tú”, en el cual el yo lírico se dirige a una muerta que se atraviesa en su camino. Curioso encuentro de un yo lírico femenino con la musa de un poeta (Ribera Chevremont). Rivalidad que parece compenetración de ambas, hasta llegar a descender, en visión onírica cuasi surrealista, a las entrañas de la muerta, a la vez que esas sinuosidades se describen como un infierno hacia las profundidades de la tierra. Ese dantesco reino de las sombras podría entenderse como metáfora de la mente del yo lírico, a la vez que coincide con el espacio poético al cual aspira el viaje del poeta amante, el cual asciende y desciende, como en los viajes de anábasis y katábasis: elevaciones hacia lo sideral y, como contrapartida, descensos hacia los infiernos. Estos movimientos de elevación y descenso posiblemente tengan que ver con el ascenso del poeta muerto hacia la montaña en el poema titulado “Yo, muerto”, que arroja evidente similitud con el inicio del poema de Lloréns Torres, así como con el título del otro poema, que aparece a modo de epígrafe. Sin embargo, la elevación del yo lírico, del poeta muerto, blanco fantasma, como se nombra en el anacoluto, va tras algo que se encubre en el complemento “le” y que se diluye hasta llegar a la Nada. Todo en la elevación es blanco. En relación con esa blancura, la mosca negra, la mosca de la muerte, la mosca azul, “la mosca que era contigo”2, que aparecerá reiterada en el poema de Lloréns Torres, marca un evidente contraste. La reiteración del verso “Y le seguí -blanco fantasma-” aporta la idea de la continuidad, no sólo en el pasado, sino en el tiempo del poema, de la enunciación y de la eternidad. Este viaje de ultratumba soslaya lo infernal y se proyecta hacia un espacio y un tiempo con el cual se confunde el ser fantasmal y de la mujer amada: “Las horas de su vida eran / doce sonrisas, doce lágrimas…”.3
En el poema de Lloréns Torres, la descripción se centra en elementos mortuorios que van creando una atmósfera tenebrosa muy particular, que fluctúa entre la felicidad, el terror y el misterio. El camino espiritual es, a su vez, la realización de las sinuosidades del discurso poético, descenso y ascenso desde la mente, desde el cerebro, desde la conciencia. Es al “arca del cerebro” a donde va a parar el cuerpo desmembrado de la mujer muerta. Mientras el poeta asciende a través de la belleza de la mujer, como en la antigua poesía medieval del Dolce Stil Novo, el yo lírico desciende más en el discurso poético como en el cuerpo de la mujer muerta y en su propia conciencia. Al entrar al infierno del cuerpo en descomposición, se percibe la similitud de ese espacio con el infierno, cercano a las antiguas reuniones de las brujas (los aquelarres) y a las danzas de los trasgos entre las tumbas. Una vez alcanzada la cima, el poeta no puede tener otra opción que descender, del mismo modo que una vez desciende hasta la sima, no tendrá más remedio que volver. El descenso del poeta en Ribera Chevremont coincide con el continuo descenso de la voz lírica hacia la sima del cuerpo putrefacto. La mujer muerta y amada se metamorfosea en prophetes del juicio final, del Dies irae. Es un día de la ira de Dios que resuena en las profundidades del yo lírico, consciente de su futuro cierto con la muerte.