Resumen
A lo largo de nuestro siglo, al plantearse una propuesta cultural, suele darse por sentado que debe surgir y desarrollarse en una geografía concreta a la cual está vinculado ese proyecto. Se supone que una cultura explica o está íntimamente ligada a una tierra, a un espacio geográfico concreto y a sus habitantes. Sucede con la cultura algo semejante a lo que se advierte a la hora de reflexionar sobre la nación: se presume que remite fundamentalmente a una geografía definida. Algunas de las propuestas y discursos que se han desarrollado en el Caribe apuntan, en efecto, a esa manera de entender la producción cultural. En los años treinta, por ejemplo, tanto el ensayista puertorriqueño Antonio S. Pedreira como el entonces poeta y ensayista cubano José Lezama Lima conciben la cultura de sus respectivos países bajo el signo de la insularidad. Como lectores de Oswald Spengler, estos dos escritores se hacen eco de uno de los postulados recurrentes de La decadencia de Occidente: el hecho de que toda cultura se funda en el paisaje en que le ha tocado desarrollarse.
Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0.