Abstract
Hace un par de meses acudí, como todos los fanáticos serios de Sigourney Weaver, a ver el filme Alien: Resurrection, la más reciente secuela de la serie de ciencia ficción que constituye una profunda meditación sobre la problemática frontera entre el yo y el otro. La famosa anti-heroína Ellen Ripley, muerta en la película anterior, es resucitada como el más perfecto de ocho clonos cosechados del material genético original. Se nos presenta sobre la mesa de disección: le extirpan de su tórax el horrendo feto de un alien hembra - todo boca y dientes - que colocarán los científicos piratas en una incubadora gigante para producir una lucrativa multitud de aliens. Los científicos someten a Ripley a una serie de pruebas. ¿Habrá sido resucitada a la normalidad? ¿Habrá en ella todavía algún rastro del alien? ¿Estará su sangre tocada por la acídica sangre de este ser otro, indestructible, irreductible?
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