Resumen
Desde que Octavio Paz (1914-1990) lo consignó en El arco y la lira (1956), sabemos que la poesía es un fenómeno de lenguaje de infinitas posibilidades, que puede conducirnos a destinos insospechados. La poesía, hecha de lenguaje, ritmo e imágenes, es «conocimiento, salvación, poder, abandono»; puede decirlo y abarcarlo todo. Si se trata de un poeta auténtico y formado, sabrá conducirnos a sus predios íntimos para comunicarnos su sentir y sus pensamientos, sus zozobras interiores y sus fugaces placeres, como lo hace Miguel Ángel Náter (1968) en Archipiélago de sombras o El libro de lo oscuro y En fuego Orfeo, ambos publicados este mismo año. Lo primero que celebro es que el autor elude los tópicos literarios de moda, en especial los posmodernos, para ser fiel a sí mismo a través de poemas de impronta clásica, por la serena factura de los textos, ajenos a toda pirotecnia, pero constelados de referencias a la mitología y el antiguo mundo de Grecia y Roma, y escritos con mano firme por quien conoce a fondo su oficio así como la historia antigua en sus más mínimos pormenores, y que sabe enhebrar sus propias inquietudes existenciales con las pasiones de aquellas figuras y dioses mitológicos cuya vigencia se mantiene gracias a la universalidad humana de sus grandezas y miserias