Abstract
La inclusión de Juan Ruiz de Alarcón dentro del canon literario latinoamericano nos resulta singularmente conflictiva cuando nos preguntamos si estamos en realidad frente a un autor que puede ser considerado como un dramaturgo colonial. Desde el siglo XIX los españoles mismos lo han reconocido como un escritor de las Indias, pero al apropiarse de sus obras y proclamarlo como uno de los genios de la poesía dramática del teatro barroco español, lo apartan del contexto literario colonial.1 Mas entiéndase, primeramente, que mi propósito en este ensayo no es justificar ni defender la inclusión de Ruiz de Alarcón en alguno de los dos cánones. Mi interés radica, más bien, en mostrar y explicar cómo los "intelectuales orgánicos" del siglo XIX justificaban o rebatían la incorporación de Ruiz de Alarcón al canon del teatro peninsular del Siglo de Oro.2 Se trataba de un proyecto de inclusión y exclusión que nos revela la forma en que los críticos literarios llevan a cabo la canonización de los escritores —que en el caso de Ruiz de Alarcón constituye tanto la determinación de las obras canónicas (i.e., La verdad sospechosa, Las paredes oyen) como su gloriosa consagración e inmortalización como uno de los grandes poetas dramáticos del barroco. En este sentido, centraré mi atención en el proceso de recepción interpretativa y en la función de la crítica en cuanto a su "práctica canónica".3 En lo que concierne a Ruiz de Alarcón, no se trata solamente de una "práctica filológica", sino de una aguda controversia en cuanto a los métodos de catalogar, regularizar, estandarizar y circular las obras de un dramaturgo colonial, publicadas en la España imperial en 1628 y 1634.4 Por tan razón, analizaré la manera en que los intelectuales del siglo XIX defendieron la moralidad del mensaje alarconiano (el registrado en el desenlace de sus comedias) para justificar su inclusión en el canon clásico y literario peninsular. Habré de demostrar a la misma vez, cómo en esta empresa canónica, filológica e ideológica, hasta cierto punto, se evitaba y excluía el origen y la formación social del dramaturgo en la Nueva España; es decir, se callaba su condición de sujeto colonial.
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