Resumen
1. Afirma el escritor español Julio Llamazares en el libro de viajes El río del olvido: «El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje» (Llamazares, «Paisaje y memoria» 13). Si el paisaje es ya memoria en la poética de Llamazares, el mismo sería entonces impresión dejada en el espacio por el sujeto que ya antes estuvo en él. Así, espacio y tiempo, más que ser un continuo, estarían ligados por la permanencia del pasado. El espacio no puede, para el espectador, dejar de ser significado tanto por los sujetos y objetos que ocupan su contingencia concreta, como por los que en alguna u otra forma lo vivieron. La presencia del pasado ganaría cuerpo imaginario al proyectar «en la miradas las sombras de otro tiempo». El paisaje se revelaría, así, a la entrada de una memoria que lo mira, externa al mismo, pero que se relacionaría dialécticamente con el paisaje como memoria dada para, no tan sólo sintetizar una historia en el espectador, sino tomar de este último su presente y añadirlo a la narrativa que quedaría, entonces, marcada por la relación estética entre un paisaje que es memoria mirada y el sujeto que la mira. No por nada repite Llamazares, en entrevista con José María Marco que «la única base, la única sustancia de la literatura es la memoria» (Marco 22). O sea, la sustancia de la literatura sería ese espacio poblado por las imágenes que lo hacen paisaje, creado con la palabra de la poiesis. La novela no sería tan sólo una historia narrada por una memoria, sino la historia de esta memoria hecha narración.
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