Abstract
Como las antiguas ciudades griegas, las culturas modernas glorifican a sus fundadores. El fundador de la nación es un personaje que ya no actúa en el escenario histórico. En todo caso participa de la dimensión casi divina de las mitologías nacionales. Su memoria persigue a las generaciones que lo sobreviven desde un ámbito que resulta propio y ajeno a la vez. Por eso cuando la tradición que identifica una cultura nacional se niega o se transforma bruscamente, a los ojos de quienes viven la discontinuidad se dibuja un cuadro contradictorio y desorientador de la circunstancia histórica. El afán por hacer corresponder la ideología genésica a la nueva morfología de la sociedad, y el miedo a la pérdida de los valores que aseguran el destino desde el pasado, agobian a quienes experimentan la ruptura.