Modelo Construccionista Narrativo
Modelo Construccionista Narrativo como abordaje epistemológico para la prevención del suicidio[1]
Narrative Constructionist Model as an epistemological approach to the prevention of suicide
Haisha Núñez Santiago[2]
Norma Maldonado Santiago[3]
Carmen Rivera Lugo[4]
Resumen
El suicidio es un fenómeno humano que ha generado diversas aproximaciones epistemológicas con énfasis en lo religioso, lo médico, lo psicológico o lo social. Los acercamientos críticos, los que proponen las orientaciones positivistas trabajan la prevención del suicidio desde posturas reduccionistas, sesgadas y limitantes que concluyen en resultados inefectivos. En este sentido, las perspectivas de la psicología construccionista, asumen una mirada crítica al fenómeno del suicidio, en cuanto a la realidad cotidiana construida socialmente. Como parte de esta corriente, la narrativa deviene un medio por el que se llega a conocer, entender y dar sentido al mundo social y a los actos humanos que lo conforman. Así pues, el modelo construccionista narrativo invita a mirar la construcción de la narrativa o los relatos suicidas que subyacen en la comunidad (dimensiones comunitarias y políticas) así como el contexto personal y sociocultural del sujeto para comprender la significación del fenómeno en toda su complejidad. En este sentido, los programas preventivos deben dirigirse a potenciar la esperanza y a enfrentar las subjetividades que generan el sufrimiento psicosocial.
Palabras claves: suicidio, construccionismo social, narrativa, Puerto Rico
Suicide is a human phenomenon that has generated diverse epistemological approaches with an emphasis on the religious, the medical, the psychological or the social. The critical approaches, those proposed by the positivist orientations work to prevent suicide from reductionist, biased and limiting positions that end in ineffective results. In this sense, the perspectives of constructionist psychology assume a critical look at the phenomenon of suicide, in terms of socially constructed everyday reality. As part of this approach, the narrative becomes a means by which you get to know, understand and make sense of the social world and the human acts that comprise it. Thus, the narrative constructionist model invites us to look at the construction of the narrative or the suicidal stories that underlie the community (community and political dimensions) as well as the personal and sociocultural context of the person to understand the significance of the phenomenon in all its complexity. In this sense, preventive programs should be aimed at fostering hope and confronting the subjectivities that generate psychosocial suffering.
Introducción
El suicidio es un fenómeno humano que ha generado diversas aproximaciones epistemológicas en la psicología (Baumeister, 1990; Berenchtein, 2014; Bobes, Sáiz, González, & Bousoño, 1996). El mismo se ha estudiado y significado a través de los años por el saber filosófico, religioso, médico, sociológico y psicológico (Cardona, 2015; Cho, Guo, Iritani, & Hallfors, 2006). Entre estos saberes, el modelo médico ocupa un lugar privilegiado en el abordaje del suicidio, al vincularlo con la enfermedad mental desde el discurso positivista. Mirada que conceptúa el suicidio como un hecho que sólo puede conocerse o comprenderse mediante la observación y la experimentación (Comte, 1875). También, establece diferentes factores de riesgo que deben ser intervenidos para lograr la prevención (Ayuso et al., 2012; Cho et al., 2006; OMS, 2013). No obstante, a pesar del aumento en las investigaciones y del establecimiento de programas en prevención desde este abordaje, los casos de intento y de suicidio han incrementado significativamente en los últimos años (Figueroa, 2015; OMS, 2013).
Según la Organización Mundial de la Salud (2013, OMS, por sus siglas) cada día son más las personas que toman la decisión de quitarse la vida, lo que trastoca la estabilidad emocional de la familia y de la sociedad en general (Villanueva & León, 2010). Dicho aumento sugiere, que el abordaje positivista y las estrategias de prevención primaria que emergen de éste no son efectivas (Sáiz & Bobes, 2014). De ser así, el problema radicaría en cómo se ha abordado conceptualmente el tema del suicidio. Las aproximaciones positivistas al fenómeno no explican cómo la persona con ideaciones ha construido la idea de quitarse la vida (Cardona, 2015; Morfín & Ibarra, 2015). Esta ausencia limita el proceso de conocer y entender cómo construye una persona la preferencia por la muerte antes que la vida.
Lo antes expuesto sitúa a la disciplina de la psicología ante el desafío de abordar la problemática desde nuevas formas de construcción de conocimiento que posibiliten repensar el suicidio para elaborar estrategias más eficaces para su prevención. De hecho, la Comisión para la Prevención del Suicidio de Puerto Rico sugiere que el suicidio se conceptúe como un acto complejo, fundamentado en una multiplicidad de factores biológicos, sociales y psíquicos, alejándose de la patología independiente (Figueroa, 2015).
Ante esta demanda, este trabajo propone abordar el suicidio desde el modelo construccionista narrativo que lo asume, en tanto fenómeno humano, como una construcción social mediada por las relaciones que las personas tienen con los otros dentro de una comunidad específica (Berger, & Luckmann, 1968; Chocarro, 2010; Gergen, 2007; Tarrio, 2013; White & Kral, 2014). El construccionismo narrativo propicia que las historias, las narraciones, así como los procesos relacionales que influyen en la creación de sentidos y significados que generan las personas, se aborden para lograr una comprensión cabal del suicidio (Bruner, 1991; Gergen, 2011). También, expone la importancia que supone entender cómo los sujetos construyen y significan el suicidio desde su contexto, dado que es desde tal significación que se intentan o se cometen las acciones referidas al fenómeno (Bamberg, 2010; Broncano, 2013; Gergen, 2011, 2006; González, 2008; Martínez, 2012; Pérez, 2013).
A tenor con lo anterior, se revisarán y examinarán críticamente los fundamentos histórico-filosóficos (epistemológicos) del suicidio, incluyendo los modelos biológico, psicológico y sociológico. También, se estarán considerando las convergencias y las divergencias, para dar cuenta cómo se ha conceptuado y manejado el fenómeno a través del tiempo. Este ejercicio posibilitará, además, identificar los supuestos de los enfoques de prevención primaria de cada modelo y considerar cómo inciden en su efectividad. Finalmente se contrastarán las conclusiones con el paradigma construccionista narrativo (Agudelo & Estrada, 2012).
Concerniente al suicidio, la Organización Mundial de la Salud (2018) informa que el suicidio es la segunda causa de muerte en el mundo; especialmente entre los adolescentes y los jóvenes adultos. La misma indica que se suicidan sobre 800, 000 personas anualmente. Por su parte, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, 2018 siglas en inglés), refirieron que las tasas de suicidio han aumentado significativamente en los Estados Unidos comparadas con hace tres años. En Puerto Rico, este fenómeno conforma la tercera causa de muerte violenta, principalmente, en personas entre las edades de 30 a 64 años (CPS, 2015). Sin embargo, en los últimos años, se ha registrado un alza en la tasa de niños y adolescentes que deciden quitarse la vida (Carmona, Tobón, Jaramillo & Areiza, 2010; Cruz & Roa, 2005; García, 2011). Algunos expertos sugieren que esto se debe a la etapa de cambio en la que se encuentran (Ayuso et. al., 2012; Berenchtein, 2014; Cruz, & Roa, 2005; Picazo, 2014; Villanueva & León, 2010).
Ante la problemática social respecto al suicidio en Puerto Rico se estableció la Ley Núm. 227 de 12 de agosto de 1999, según enmendada (Ley N° 227, 1999), que establece la política pública para prevenir el suicidio en Puerto Rico. A partir de la misma, se crea la Comisión para la Implantación de la Política Pública en Prevención del suicidio para prevenir y manejar este fenómeno. A través de esta Comisión (2015) en los últimos años se han coordinado diferentes campañas de prevención, entre ellas: “No te quites”, “El suicidio: Una prevención que nos une” y “El silencio es mortal: Hablemos del suicidio para salvar vidas. ¡Hablemos!”, entre otros. También, se han establecido varios programas de prevención primaria, entre ellos, se nombra a la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA), con su programa integrado de intervención en crisis, la cual integra la línea de emergencia Primera Ayuda Social (PAS) (CPS, 2018). Además, cuenta con varios hospitales como el hospital Panamericano y el hospital San Juan Capestrano, este último con su programa de hospitalización parcial (Figueroa, 2015).
A través del tiempo, el suicidio se ha conceptuado de diversas formas en función de los espacios, discursos, costumbres y prácticas socio-histórico-culturales en que ocurre (Echeburúa, 2015; Echeburúa, Salaberría, Corral, & Polo-López, 2010). El acto suicida se ha significado, por un lado, como un atentado contra los dioses (Berríos, 2013; Foucault, 1967; Pérez, 2013), una transgresión a las normas políticas y legales o como una acción cobarde (Berríos, 2013; Otero, 2010; Pérez, 2013). De otra parte, también se ha significado como un acto honroso y digno cuando la vida de una persona era improductiva (Pérez, 2013). Esta última visión se transformó con el cristianismo de la Edad Media, que significó el suicidio como el peor y más abominable de los pecados, al ser totalmente contrario a los designios de Dios (Otero, 2010). Posteriormente, con el Renacimiento y los comienzos de la Modernidad, se asumió desde la “locura” y como delito (Huertas, 2014). No es hasta el siglo XVIII que se abordó como un problema de salud mental (Otero, 2010; Pérez, 2013; Tortosa & Civera, 2006; Velasco & Pujal, 2005) desde el modelo médico-biológico y que aluden a dimensiones patológicas (De Ferrari, 1973; Gibson, 1996; Gunn & Lester, 2014; Laudan, 1993). Más adelante, en el siglo XIX, irrumpió fuertemente la perspectiva sociológica propuesta por Durkheim (2012) que conceptuó el suicidio como un problema social. Durkheim (2006), postuló que el suicidio es un emergente social, añadiendo que el contexto social influye sobre la decisión de una persona suicida. El autor propuso una triple clasificación/descripción del fenómeno: el suicidio egoísta, el altruista y el anómico. En el caso primero, el sujeto se retrae de la vida común y se distancia de los grupos sociales. El segundo expone que es la misma sociedad quien plantea las condiciones y exige el suicidio (Cardona, 2015; García, 2011). El tercer tipo de suicidio resulta de la desorganización social, lo cual suscita desorientación y pérdida del significado de la vida.
A la luz del breve recorrido histórico anterior se muestra que las concepciones teóricas referentes al suicidio, más destacadas y de mayor aceptación, surgen al interior de las disciplinas de la biología, la psicología y la sociología. Procederemos a considerarlas con más detalle.
Perspectivas teóricas que abordan el suicidio
La perspectiva biológica, en la que hemos incluido la perspectiva neurobiológica, expone que el conocimiento es un fenómeno biológico (Ghanshyam, 2013). La misma se concentra en analizar las estructuras, así como los procesos del cuerpo y del cerebro, para descubrir aquellas leyes de carácter general que lo regulan (Bobes et al., 1996). Este modelo propone que la conducta suicida tiene un origen bioquímico o fisiológico (Carballo et al., 2009). Asimismo, el enfoque considera el factor hereditario, al plantear que una historia familiar de suicidio aumenta el riesgo de intentos y de suicidio (Dwivedi, 2012; Ghanshyam, 2013; Tovilla-Zarate & Genis-Mendoza, 2012; Zai et al., 2012).
Por otra parte, la neurobiología, con base en la hipótesis de la serotonina, informó que personas con depresión y con mutación en el gen que controla los receptores de la serotonina, presentaban mayor susceptibilidad al suicidio, en comparación con los sujetos depresivos que no tienen tal mutación (Ghanshyam, 2013). Sin embargo, las investigaciones del suicidio desde el paradigma biológico presentan limitaciones por la dificultad para determinar o predecir cuándo una persona va a poner fin a su vida.
Perspectiva psicológica
La psicología es la disciplina que más sustento teórico ha provisto en torno al fenómeno del suicidio (Gunn & Lester, 2014), con preceptos apoyados fundamentalmente en el modelo médico, que surge de la psiquiatría. Desde aquí, como aclara Pérez, (2013), utilizando dimensiones patologizantes, a la persona sufriente se le conceptúa como enferma. En este sentido, añadieron Sáiz y Bobes (2014), que la psicología predominante se enfoca en conceptuar el suicidio desde los trastornos mentales, con énfasis en rasgos individuales de personalidad, necesidades psicológicas insatisfechas o errores cognitivos, como factores de riesgo. Tales factores de riesgo asociados al suicidio se agrupan especialmente dentro de los trastornos del estado de ánimo o afectivos, así como en los trastornos de personalidad (DSM V, 2013). A manera de ilustración, Rocha (2007) indicó que la presencia de la impulsividad y la agresividad como indicadores de trastornos de conducta y de personalidad parecen aumentar las probabilidades de suicidio.
Cónsono con lo anterior, muchas investigaciones desde la psicología explican el suicidio desde el síntoma, desde la “enfermedad mental” o el trastorno diagnosticado (Douglas, & Wildavsky, 1992; Ungar, & Teram, 2000) sin considerar otras dimensiones. Precisamente, la perspectiva sociológica alude a algunas de estas dimensiones al incluir cómo, cuándo y dónde la persona con ideaciones construye la idea del suicidio y cómo, por ejemplo, interviene la voluntad de la persona.
Perspectiva sociológica
La perspectiva sociológica, contraria a la biológica y la psicológica contextualiza socialmente el suicidio y refiere a las posibles circunstancias o condiciones de existencia que lo favorecen. Sánchez, Villarreal, Musitu y Martínez (2010) informaron que este enfoque propone el contexto familiar, la escuela y otros contextos de interacción social como los principales referentes de desarrollo que inciden en la ideación y el suicidio, en especial en los adolescentes. En lo concerniente a la familia, los autores destacaron problemas familiares como violencia de género, separación o divorcio de los padres. Algunos autores y entidades como la OMS, indicaron que la crianza en ambientes violentos, el contexto económico limitado y la falta de expresiones afectivas, son factores de riesgo suicida en los niños y niñas. De hecho, éstos informaron que las personas que más cometen suicidio son las que provienen de ambientes socioeconómicos desventajados o en los que hay injusticia social.
Cabe destacar que, las teorías psicopatológicas y las sociológicas fueron las que principalmente estudiaron el fenómeno del suicidio y tienen a su haber las interpretaciones científicas en torno al mismo en los últimos años (Villalobos, 2009). Son múltiples los factores que exponen algunos profesionales acerca de las posibles explicaciones acerca del suicidio (Berenchtein, 2014; Carmona et al., 2010; Echeburúa, 2015). Entre ellos, las pasiones, las enfermedades y la locura, son parte de las verdades construidas en torno a uno de los actos que más prejuicios e impresiones de rechazo generan dentro de la sociedad (Velasco & Pujal, 2005).
Aunque se reconoce que cada una de las perspectivas teóricas descritas previamente aporta explicaciones en torno al suicidio, las mismas abordan el fenómeno desde una mirada positivista. El modelo determinista propone un mundo ordenado, delineado y regido por leyes que operan linealmente, a partir de relaciones entre causas y efectos (Restrepo, 2013). Por ejemplo, la idea de un universo determinado da lugar a una noción mecanicista de la salud, como de la enfermedad. Por ello, identificar las causas del suicidio se convierte en el objetivo fundamental de prevención. Es decir, la perspectiva determinista ubica el suicidio a lo patológico, lo individual y lo observable (Carmona et al., 2010) y el acto suicida deviene una respuesta del individuo a varios estímulos internos o externos (biológicos, psicológicos, sociales) de los cuales no tiene control. Por lo tanto, se reduce la voluntad de la persona a procesos respondientes a leyes “naturales” que controlan el universo, lo ordenan y lo regulan (Berger & Luckmann, 1968; Restrepo, 2013).
Los supuestos de las perspectivas teóricas presentadas, además, abordan el fenómeno del suicidio desde una perspectiva individualista que parece inefectiva para la resolución del problema. Primeramente, porque el ser humano es un ser que vive en sociedad y lo que acontece en su contexto de vida lo impacta. Segundo, como apunta Kirmayer (2012), porque la perspectiva positivista busca dar sentido al suicidio como un acto conclusivo de una mente desordenada e individual. Bajo este supuesto se teorizan los conceptos de angustia y suicidio, excluyendo de cierta manera la interacción y el influjo interpersonal y social en la cual la persona no es mero producto del entorno sino igualmente productor del mismo (Berger & Luckman, 1968). En tercer lugar, las miradas deterministas biológica y psicológica han construido el evento del suicidio enfocándose en variables internas u orgánicas del sujeto, conceptuando el mismo fuera del contexto de éste y de su historia (Marsh, 2010).
Por su parte, la perspectiva sociológica concibe el suicidio como un hecho social. Contrario al determinismo biológico y psicológico, que ordenan el suicidio como un fenómeno interno o fisiológico, el sociológico lo asume como externo al individuo. Esta perspectiva conceptúa que es el ambiente social el que determina y controla la conducta de los individuos. Por tanto, utiliza el método científico para investigar de forma “objetiva” los hechos sociales, que por lo general son recopilados en las estadísticas de salud pública, y los analiza e interpreta como si fueran un objeto. Luego, igual que en las ciencias naturales, elabora leyes que articulan las relaciones causales del fenómeno, para predecirlos y controlar su evolución (Weinberg, 2009).
Las tres perspectivas previamente descritas postulan que las causales del suicidio están determinadas ya sea por las estructuras biológicas, psicológicas o por el contexto social y que el ser humano carece de control sobre ellas. Reafirmamos, además, que estas formas de dar sentido al suicidio, como toda explicación, son relativas, parciales y limitadas (Morfín & Ibarra, 2015; Weinberg, 2009). El abordaje de una problemática tan seria desde solo uno de estos acercamientos simplifica el fenómeno. Por lo tanto, entendemos imprescindible la apertura a acercamientos que miren al ser humano desde su complejidad, considerando las realidades objetivas y subjetivas implicadas en el acto suicida, para proveer estrategias y concepciones que posibiliten su prevención. Cabe destacar que, el paradigma construccionista social es una de las orientaciones teóricas que conceptúa la realidad del ser humano como construida. A continuación, los supuestos histórico-filosóficos de este enfoque, que permiten mirar el fenómeno suicida desde otra significación.
Psicología Construccionista Social
Anteriormente, se dispuso el paradigma positivista como modelo convencional y dominante (Gergen, 1996) que aborda la realidad humana como una sola, externa e independiente, que sólo puede descubrirse por medio de un método matemático, ordenado y preciso (Berger & Luckmann, 1968; Tortosa & Civera, 2006). En contraposición, surgen el interaccionismo simbólico, el constructivismo, el construccionismo, entre otros; movimientos generadores de una ruptura frente a la ideología de la realidad, la objetividad y la universalidad, transformando las nociones de conocimiento, realidad o sujeto (Gergen, 2002; 2007; Ibáñez, 1994). El construccionismo social, propuso una mirada crítica al conocimiento que abarca nociones de la sociología del conocimiento (Berger & Luckmann, 1968; Feyerabend, 1996; Kuhn, 1970; Latour & Woolgar, 1982; Laudan, 1993;).
Este paradigma percibe la realidad de una manera múltiple, histórica, cultural y relativa, por lo que todo conocimiento viene acompañado de la construcción y significante del otro (Gergen, 2007). Es decir, que todo conocimiento está cargado de subjetividad. Particularmente, hace énfasis en cómo el ser humano construye la realidad a través de un proceso que abarca múltiples componentes elaborados y compartidos. Así, la realidad no sólo se edifica socialmente por los seres humanos en interacción, sino que el conocimiento también se construye por lo histórico, principalmente por medio del lenguaje (Berger & Luckman, 1968; White & Kral, 2014). Desde la perspectiva construccionista, la realidad se construye, negocia y renegocia en el lenguaje, como un juego discursivo (Bruner, 1991; Herman, 1999; Herman, Jahn, & Ryan, 2005; Ibañez, 1989). En este sentido, Gergen (1998) expresó que el ser humano significa los hechos conforme se los enseñaron y los aprendió, razón por la cual, sus experiencias, pasado e historia influyen directamente en cómo ve y percibe las cosas. Este “ser en el mundo con los otros”, le constituye a partir de narraciones continuas y permanentes en el intercambio con los demás (Bajtin, 2000). Es en esta vinculación, que se construye la realidad social y toma preponderancia el modo en que el sujeto significa esas historias, que se dan por consenso en su contexto social (Ibañez, 1989, 1994). Al asumir que el lenguaje opera esencialmente como acción social, es imprescindible reconocer su vinculación con la historia (Gergen, 1996; 2006), para intentar desentrañar las formas ideológicas que organizan la realidad social mediante el análisis de los discursos dominantes que se sostienen social, cultural y políticamente. En otras palabras, para conocer las acciones humanas, es preciso participar del lenguaje, dentro del contexto en que este se da y con el cual el ser humano ha construido y significado su realidad (Tarrio, 2013).
Como se aprecia, contrario a lo propuesto por el paradigma positivista, el conocimiento de la realidad no es el resultado objetivo de hipótesis comprobadas. Más bien, la conceptuación de realidad es fruto de las negociaciones sociales, históricas y culturales, que se dan en las relaciones con los otros, asumiendo el lenguaje como vehículo primordial de significación. De modo que las narrativas que recogen la comunicación generada entre las personas en interacción devienen importantes fuentes de información.
Por otra parte, el paradigma narrativo (Bruner, 2002) focaliza las realidades construidas con base en los contenidos y estilos de lo que contamos de nuestras experiencias cotidianas. A continuación, se exponen sus supuestos filosóficos y la concepción del ser humano desde sus preceptos.
Psicología narrativa. Para los años setenta aproximadamente, comienzó a gestarse un interés por el estudio del lenguaje y su influjo en la construcción de la realidad (Bamberg, 2010; Berger & Luckmann, 1968; Bruner, 1991; Ricoeur, 1999; Tarrio, 2013; Weinberg, 2009). La mirada se vuelve hacia la narrativa literaria y analiza la manera en que se narra una historia. La atención recae principalmente en las formas en las que se ordenan los eventos que son significativos para el narrador y constituye la identidad social (Ricoeur, 2009). A partir de ese momento, surgió el paradigma narrativo que conceptúa las narrativas como acciones simbólicas del ser humano (Fisher, 1987). La narrativa se considera como el medio por el cual se llega a conocer, entender y dar sentido al mundo social. El paradigma narrativo postula el establecimiento del significado como objeto de estudio de la psicología (Bruner, 2002), asumiendo una forma de pensar y de comunicar que se organiza a través de las historias que relatan las personas acerca de sus experiencias.
La historia narrada se contextualiza en un mundo social conocido por el narrador y la audiencia que aportan datos además de transmitir intención y sentimiento; representan el mundo y ordenan secuencialmente la experiencia (Bruner, 1986, 1991, 2002). Desde este modelo, las historias dan sentido al presente y permiten verlo como parte de un conjunto de relaciones que involucran un pasado y un futuro constituido. En tanto que la función social más inmediata de la narración es habilitar a una persona para ser conocida por otro, como bien apunta Ricoeur, (2004), la persona que cuenta una historia informa sobre una serie de acontecimientos, y al mismo tiempo, construye una identidad social, por lo tanto, la narrativa entraña un mundo relacional. Ricoeur (2009) propuso cuatro niveles que influyen en el carácter de la historia que se cuenta, a saber, nivel personal, nivel de la situación, nivel de organización y nivel histórico-cultural. Para la comprensión de una estructura de la historia se requiere un conocimiento del nivel en el que se construye.
Fisher (1987) afirmó que toda comunicación significativa es parte de una idea narrativa. Esto sugiere, en tanto la experiencia es lenguaje, que la misma puede ser transmisible y narrable. En esencia, la psicología narrativa se centra en la capacidad de los seres humanos para comprender e interpretar el mundo que los rodea a través de la narración de historias (Bruner, 2002). La narrativa ofrece un enfoque dinámico a la comprensión de la identidad humana y el proceso de dar sentido al mundo que está en constante cambio (Murray, 2003). Añadió que la identidad personal y social del ser humano está conformada por las historias con que las personas cuentan, narran su propia vida.
En resumen, los supuestos filosóficos del paradigma narrativo exponen que las personas son esencialmente narradores de historias. Éstas toman decisiones sobre la base de buenas razones, que varían en función de la situación de comunicación. A través de la narrativa las personas construyen significados que dan coherencia y continuidad a la experiencia humana. Esto lo hacen organizando sus experiencias como historias, cargadas de significado, conformadas por una serie de eventos conectados en el tiempo, con desarrollos y desenlaces. Desde este modelo, todo lo que se narra sucede en el tiempo y se desarrolla temporalmente y como bien expresa Ricoeur (1992), los hechos se organizan en secuencias significativas para quien narra.
A tenor con la discusión anterior, se sostiene que el paradigma construccionista social y el narrativo convergen en tres áreas principales. Primeramente, en la idea de que la realidad se construye socialmente. Segundo, en la naturaleza de la experiencia en el proceso de creación de significados; y tercera, en la naturaleza e importancia de las relaciones humanas. Dado que el interés principal de este artículo se alinea hacia la conceptuación del suicidio, se propone el modelo construccionista narrativo como abordaje epistemológico para su prevención.
Conceptuación del suicidio desde el modelo construccionista narrativo
El modelo construccionista narrativo postula que son las personas quienes construyen activamente el mundo de la vida cotidiana y sus elementos constitutivos, incluyendo el fenómeno del suicidio. La construcción de la realidad de este fenómeno se perfila como un proceso de interacción que los sujetos, por medio del lenguaje, han tenido a lo largo de la historia (Berger & Luckmann, 1968; Gergen, 2007; White & Kral, 2014). En este modelo se priorizan las historias, las narraciones, así como los procesos relacionales que influyen en la creación de sentido y significado del suicidio.
Según el construccionismo narrativo, las personas comienzan a construir socialmente la ideación suicida a través de cómo significan los acontecimientos por medio de su capacidad simbólica, que le permite, al tiempo que construye el mundo social, edificar su propia personalidad. De hecho, el lenguaje y las narraciones que las personas utilizan con los otros y consigo mismas son fundamentales para la forma en que llegan a conocer y comprender el mundo (Bamberg, 2010; Bruner, 2002). Estos significados que la persona le atribuye a los acontecimientos de su vida, a la angustia, o al suicidio, surgen, según Cardona (2015), como consecuencia de la interacción que cada cual mantiene con los otros. Este proceso de significación, igual que sus contenidos, está mediado por la cultura, el lenguaje y por las propias vivencias. Más importante aún, el significado que las personas le otorgan a las situaciones o procesos sociales desempeña un papel central en el comportamiento suicida que inicia con la ideación suicida, frecuentemente dando paso a expresiones del deseo de morir (Montes, Montes & Villegas, 2009).
Por consiguiente, las narrativas de la persona, en el modelo construccionista narrativo, son el medio por el cual se llega a conocer, entender y dar sentido a la idea del suicidio. Broncano (2013), por ejemplo, expresó que estas historias de querer morir influyen porque moldean la vida de la persona, le dan forma a su existencia e inciden directamente en sus acciones. Así, propuso que a través de los relatos se puede comprender cómo las acciones de los otros inciden el avance a los pensamientos e intentos suicidas (González, 2008; White & Kral, 2014).
Es imperativo resaltar la opinión de MacIntyre (2007) de que las expresiones de suicidio no son del todo comprensibles a menos que se ubiquen en sus contextos narrativos. Hay personas que sienten que han perdido la continuidad en su vida, porque no han logrado alcanzar ciertas metas y comienzan a narrarse a sí mismas historias de fracaso, de frustración, de desesperanza, que van conformando nociones de quienes son como personas, ideas que moldearán igualmente sus acciones (White & Kral, 2014).
Al ampliar lo anterior, la ideación suicida, así como la experiencia, se construyen sobre la base de una estructura narrativa que representa la vida de la persona. Mediante dicha narración, ésta comienza a representar y reproducir dramáticamente los sucesos de su vida o sus acontecimientos vitales (Broncano, 2013). A manera de ilustrar lo anterior, Gergen (2011) expresó que el individuo elabora la depresión como una acción culturalmente inteligible dentro del contexto de una relación.
A esto se añade, que el lenguaje suicida no reside solamente en el interior de las personas, sino que se desarrolla en las relaciones con los otros (White & Kral, 2014). En la narración suicida se involucra lo personal del sujeto, su situación de vida, incluyendo el contexto histórico-cultural en que se desarrolla y cómo éste organiza y le da sentido a ese acontecimiento. Esta narración suicida se construye de forma activa a través de relatos y otras prácticas sociales que tienen lugar dentro de las comunidades locales específicas. En otras palabras, los relatos de querer culminar con la vida solo adquieren sentido y significado en el contexto de una relación particular. Así pues, el modelo construccionista narrativo invita a mirar la construcción de la narrativa o los relatos suicidas que subyacen en la comunidad o contexto sociocultural de la persona para comprender su significación. Esto es importante, porque el suicidio deja de verse como un problema del individuo, sino como un acto que se construye mediante un proceso relacional (Gergen, 2011). Es preciso añadir que, con frecuencia, este fenómeno se expresa a través de un idioma de angustia, un grito de auxilio que, como apuntan Nichter (2010) y Zayas y Gulbas (2012) comunica a los demás en el mundo social de la persona, que algo no anda bien. En pocas palabras, la narrativa de suicidio deviene lenguaje de ayuda, en el que se expresan las razones para querer terminar con la vida, así como los métodos para llevarlo a cabo.
Al considerar las perspectivas discutidas inicialmente, la mirada construccionista narrativa constituye un cambio significativo en la conceptuación del suicidio. En vez de significar que las personas deciden, como entes individuales, quitarse la vida al sentirse deprimidas, por ejemplo, o por estar mentalmente enfermas, el modelo construccionista narrativo sugiere que las ideas y sentimientos de tristeza, frustración, depresión, desesperación y la consideración de quitarse la vida se encuentran atravesados por los procesos culturales y relacionales. Aquí los relatos asumen un rol protagónico en la construcción de las realidades particulares, puesto que, los seres humanos asignan significado a sus vidas mediante la organización de sus experiencias en forma de historias (Gergen, 1998; Ricoeur, 1999). Al asumir el lenguaje un papel preferente en la construcción de la realidad, el modelo construccionista narrativo supone, que es imperativo brindarle a la persona la oportunidad para que revise sus narraciones y dé cuenta del porqué (sentido) del suicidio como alternativa. Después de todo, son las propias personas quienes saben, significan, dan sentido a lo que pasa en sus vidas y por qué quieren terminarla. Abrir un espacio narrativo posibilita entender el idioma de angustia que se expresa mediante los relatos de la persona y reconocer cómo estas expresiones de desasosiego y de desesperanza proveen a la persona la estructura para organizar sus experiencias de vida, sus memorias y motivaciones, así como los pensamientos suicidas que puedan elaborar. Aunque parezca contradictorio, las narrativas viabilizan que la ambigüedad natural de la vida se reduzca y la coherencia y consistencia interna aumenten. Pero, sobre todo, posibilitan que la persona sufriente pueda construir otras historias con nuevos significados y añadirle otros valores al concepto del suicidio o a la muerte (Baumeister, 1990; Sarbin, 1989).
A la luz de lo anterior, reconocer que las significaciones del suicidio se construyen social, cultural, política y relacionalmente es fundamental para plantear estrategias de intervención que respondan efectivamente a la reducción del problema. La aproximación crítica del construccionismo narrativo, anima a mirar lo que está sucediendo dentro de un contexto social más amplio y entender cómo el sujeto asume la idea suicida como alternativa. Este modelo propone que, para comprender la significación suicida, es preciso que las personas relaten lo que viven, lo que piensan, lo que les ocasiona dolor emocional. Este proceso narrativo además de posibilitar un entendimiento de cómo las historias suicidas llegaron a construirse, viabiliza que las mismas se cuestionen o deconstruyan, se trasformen, para poder trabajar en trascender las significaciones del sujeto con ideaciones o intentos suicidas (Gergen, 2007). Cabe destacar que el proceso construccionista narrativo no tiene una agenda que involucre una fecha para declarar al sujeto con ideaciones o intentos suicidas “curado”. Más bien, perseverará en mantener el asimiento de la idea de que, para muchas personas, la mera oportunidad de contar su historia y que la misma sea valorada, validada y recibida, es una experiencia de afirmación inmensa.
En razón de lo expuesto, se propone al modelo construccionista narrativo como herramienta idónea para abordar las significaciones suicidas en tanto asume conciencia de valores y prioriza la relación interpersonal. Asimismo, identifica el lenguaje, no solo como un medio de expresión, sino como herramienta (el habla) para co-construir el mundo y como forma de acción. Más aún, se enfoca en el aspecto manifiesto del discurso, es flexible y posibilita un diálogo abierto con la persona que experimenta sentimientos de angustia. Por otra parte, e igualmente importante, el modelo mira a la persona desde su contexto histórico y promueve que esta se mueva o accione a favor de su recuperación. El construccionismo narrativo se enmarca en un ambiente de apertura y empatía que exhorta a seguir adelante a pesar de las situaciones difíciles que pueda traer la vida. Además, fomenta el proceso narrativo con el propósito de que la persona logre mirarse así misma desde una posición de “estar” en el mundo, por lo que, motiva el empoderamiento, el resignificar y dar sentido a la vida. Mediante esta mirada, la narrativa de la persona suicida no sólo tendrá un comienzo, un desarrollo y un final, sino también un futuro.
En síntesis, se expuso que el suicidio es un acto socialmente construido en diferentes contextos, en el que el suicida desempeña un rol que favorece las conductas suicidas. Las personas comienzan a construir socialmente el mundo a través del significado que les dan a las cosas, lo que se convierte en su realidad o verdad. Esto lo hace gracias al lenguaje, a su capacidad narrativa, así como simbólica que le permite, al tiempo que construye el mundo social, edificar su propia personalidad. Por otro lado, el modelo construccionista narrativo sugiere que los significados de las cosas se elaboran a partir de las relaciones que cada cual mantiene con los “otros”. De manera que cuando la interacción con los otros se ve afectada y los vínculos no se logran establecer puede haber un riesgo de ideaciones o de intentos suicidas. Las experiencias vividas, el pasado e historia influyen directamente en cómo las personas ven y perciben las cosas; en especial, cómo construyen su realidad. Sin embargo, según se expuso, la realidad se puede cambiar o transformar. Podrían elaborarse opciones para superar situaciones en la vida y que posibiliten construir realidades de vida más provechosas. Las personas pueden transformar lo que sienten por ellas y verse a sí mismas como constructoras de vidas más provechosas y con sentido. Desde el construccionismo narrativo, otro mundo siempre es posible, sólo hay que desenmascarar esas posibilidades, en este caso, que sean sensibles a la población puertorriqueña.
El problema del suicidio en Puerto Rico es sumamente serio. Las estadísticas generadas por la Comisión para la Prevención del Suicidio de P.R. (2015) así lo evidencian y hacen un llamado a la acción (Figueroa, 2015). Cada día son más las personas que intentan quitarse la vida, que expresan sentimientos de desesperanza, de angustia y de hastío por la vida. Se ha evidenciado un aumento significativo en las poblaciones de niños, niñas y adolescentes que manifiestan dichas ideaciones y actos suicidas. Deviene, por tanto, necesario establecer estrategias de prevención que posibiliten mitigar este fenómeno. La prevención es un proceso activo que involucra diversas iniciativas tendientes a mejorar la calidad de vida de las personas. Aunque existen diversos tipos de prevención, aquí se aborda la prevención primaria. La misma es la intervención que se hace antes de que se produzca el comportamiento suicida, con el propósito de evitar o disminuir su manifestación.
Podemos afirmar que para crear programas preventivos primarios óptimamente eficaces es particularmente importante el diseño del modelo conceptual para guiar los esfuerzos preventivos. Mayormente, los programas de prevención primaria en Puerto Rico se apoyan en el modelo médico, para el cual el suicidio lo lleva a cabo una persona alienada o desesperada, en todo caso un enfermo (Gonthier, & Casado, 1998). Es decir, asume una corriente predominantemente determinista ya que las explicaciones del fenómeno se centran en tomar los factores de riesgo como causas eficientes del suicidio (Griffiths, Zarate, & Rasimas, 2014). Similarmente, los programas preventivos mayoritariamente asumen el espectro del suicidio como una “entidad psicopatológica independiente”, es decir, en sí misma y no han incorporado miradas de intervención que abarquen e integren la construcción y la significación del suicidio desde la persona que lo expresa.
Por lo anterior, se propone el modelo construccionista narrativo como abordaje epistemológico para la prevención del suicidio. Este paradigma lo primero que esclarece es que los riesgos son construcciones sociales que obedecen a factores socioculturales vinculados a estructuras sociales dadas (Douglas & Wildawsky, 1992). Esto significa que los valores y visiones del mundo de ciertos contextos sociales o culturales inciden en la significación de determinados eventos como riesgos. Según sea el interés dominante, se van a considerar unos riesgos y se van a ignorar otros. De modo que, aunque es importante la identificación de riesgos suicidas, los mismos realmente no son concluyentes. Dado esto, es fundamental considerar los factores subjetivos de la acción humana, como la significación, la voluntad, así como la anexión de las dimensiones comunitarias y políticas.
Las estrategias que se proponen desde el construccionismo narrativo son establecer programas de intervención primaria, enfocados en conceptuar a las personas como constructoras de su realidad. Dado que los seres humanos construyen y significan su realidad de vida a través de las historias que narran, es primordial establecer una política pública de apertura, que fomente las narraciones, el contar y significar ese dolor que abate a la persona. Es necesario construir miradas que den cuenta del significado de la muerte, del sentido de la vida, así como de la naturaleza tabú del suicidio. Igualmente, se hace imperativo coordinar campañas educativas que reduzcan o eliminen el estigma del suicidio y que el mismo deje de ser conceptuado únicamente desde la enfermedad. Esta visión de que la persona que quiere suicidarse está “loca” o enferma minimiza la complejidad del fenómeno. Tampoco se puede seguir reseñando como fracaso los casos de personas que sufren un dolor psíquico. Más bien, se deben promover referentes de personas que han atravesado por procesos dolorosos y han superado sus crisis.
Por lo tanto, los programas preventivos deben estar dirigidos a potenciar la esperanza y a enfrentar las subjetividades que generan el sufrimiento psicosocial. A su vez, se debe desarrollar una conciencia integral humana y social para la acción colectiva en defensa de las condiciones vitales. Esto puede hacerse a través de campañas educativas de concienciación en torno al respeto a la vida, al prójimo y al valor de las interacciones sociales. En otras palabras, que se eduque hacia una concienciación de cómo la persona siente (siente de sí misma), cómo sienten los demás y cómo se describe o cuenta de sí. Del mismo modo, se sugiere el establecer programas preventivos que se enfoquen en temas y dinámicas que propicien en los jóvenes y las jóvenes el autoconocimiento, a pensarse. Esto con el propósito de que vayan conociendo más acerca de sí mismos, sus miedos, inseguridades, sus fortalezas, así como sus potencialidades; y que durante ese proceso construyan nuevos significados, que los encamine hacia el bien estar en el mundo y con los demás.
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[1] Recibido: 2017-08-17 y Aceptado: 2018-11-21
[2] Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. Para comunicarse con la autora, utilice el siguiente correo electrónico: haisha_5@yahoo.com.
[3] Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
[4] Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico