PEDAGOGÍA • VOLUMEN 49 (2016)

Brooklyn Dreams: My Life in Public Education (presentación del libro)

Brooklyn Dreams: My Life in Public Education (book presentation)

Gladys R. Capella-Noya, Ed.D.
Departamento de Estudios Graduados
Facultad de Educación
Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras

Publicado: 2016

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Capella-Noya, G. R. (2016). Brooklyn Dreams: My Life in Public Education (presentación del libro). Pedagogía, 49(1). Recuperado de http://revistapedagogia.uprrp.edu/?p=1000.

Correspondencia: Gladys R. Capella-Noya <gladys.capella@upr.edu>

PEDAGOGÍA • VOLUMEN 49 (2016)

Es para mí una alegría inmensa estar ante ustedes para compartirles unas pinceladas de la obra más reciente de Sonia Nieto, sus memorias, publicadas bajo el título Brooklyn Dreams-My Life in Public Education. Las memorias de Sonia son un tesoro. Constituyen un relato hermoso y hermosamente contado de la vida de una mujer extraordinaria, quien desde muy niña miró —y sigue mirando el mundo— de frente, con su mirada sabia; de una mujer extraordinaria que, desde siempre, lo caminó —y lo sigue caminando— con inteligencia, valentía y generosidad.

El libro está organizado en tres partes, antecedidas por una introducción, la cual lleva por título “Mi fortuna”. En la primera parte, “Growing up”, conocemos la historia de Sonia y su familia hasta que cursa sus estudios de bachillerato. En la segunda parte, “Becoming an educator”, cruzamos, con Sonia, el Atlántico; llegamos a España, donde cursa su maestría; regresa a los Estados Unidos y labora como maestra; hasta que, después de iniciarse como profesora y activista en Brooklyn College, llega a Amherst como estudiante doctoral. La tercera parte, “Research and Writing”, nos abre la ventana a su intensa y fructífera vida como académica, a partir del momento en que completa su doctorado y se integra a la Facultad de la Universidad de Massachusetts, en Amherst, donde permanece hasta su jubilación en 2006. El libro culmina con la riqueza de proyectos e ilusiones que llenan sus días desde entonces.

Si esta obra se concentrara exclusivamente en recorrer la evolución profesional, académica e intelectual de Sonia sería más, mucho más, que suficiente. Sería muy valioso adentrarse en cómo Sonia, hija de una familia puertorriqueña de escasos recursos económicos, se las ingenia para ser una estudiante exitosa y se abre puertas cerradas a muchos como ella. Sería muy valioso adentrarse en cómo va despertando su conciencia política, su compromiso férreo con la justicia y la equidad, su entrega a luchar, desde múltiples trincheras, por la educación pública para todos los niños y niñas. Sin embargo, este recorrido trasciende sus experiencias de educación formal y su vida pública. Es un recorrido inexorable y conmovedoramente entretejido con la vida íntima de Sonia como hija (de don Federico y doña Esther), como hermana (de Lydia y Freddy), como esposa (de Ángel, a quien describe como el “amor de mi vida, mi mejor amigo, mi primer y único novio, mi esposo de cuarenta y ocho años” [p. 125]), como madre (de Alicia, Marisa y Jazmyne), como abuela, como amiga. Esta obra es así también una historia de encuentros y despedidas, de celebraciones jubilosas y dolores intensos, de amistades incondicionales; es una historia de amores profundos, felices y longevos.

Pero vayamos al principio. Los padres de Sonia llegaron desde Puerto Rico a Nueva York, por barco, buscando (como tantos otros) mejores oportunidades de vida. Su padre, Federico Cortés, desembarcó, con 28 años, en 1929; su madre, Esther Mercado, con 26, en 1934. Sonia nació en 1943, en Brooklyn. Completaron el núcleo familiar su hermana mayor y mejor amiga, Lydia, y su hermano menor, Freddy. A pesar de que la pobreza caracterizó la vida de sus progenitores, estos procuraron que sus hijos tuvieran mejores oportunidades. Les ofrecieron una familia estable y siempre concibieron la educación como el camino a una mejor vida. Ciertamente, la trayectoria de Sonia rebasó con creces las aspiraciones que sus padres pudieron albergar para ella. Desde niña soñó con ser escritora, maestra y una “persona educada”. Escribió su primer libro a los diez años: una historia novelada de su vida.

En el capítulo “De la isla del encanto a las calles de Brooklyn”, Sonia explora las olas de migraciones de puertorriqueños a los Estados Unidos desde el comienzo del siglo XX y ubica la migración de sus padres dentro de esas primeras oleadas. Estos se casaron en 1941, y pronto la familia comienza a crecer. En esa etapa temprana de su niñez, Sonia y su familia vivían en sectores económicamente pobres, poblados por diversos grupos de inmigrantes, con su riqueza de lenguajes, culturas, temores y sueños. Su papá trabajaba largas horas, a principios en el deli de una familia judía, más adelante en su bodega, La Fortuna. La carga de su mamá, como ama de casa, también era inmensa. Vivir en un quinto piso, sin elevador, ni lavadora, por ejemplo, era todo un reto cotidiano. El cuido de su hermano Freddy, un niño con necesidades especiales severas, constituía también una inversión significativa de energía física y emocional. A pesar de la precariedad económica y la carga excesiva, la alegría de la música y los sabores de la comida típicas puertorriqueñas no faltaban en el hogar: “Comer pasteles en Navidad, rodeada por los primos u otros familiares que vivían en Nueva York, u otros que estuviesen de visita desde la isla, es una memoria que atesoro” (p. 28). Mientras tanto, preguntas sobre identidad y sentido de pertenencia afloraban en Sonia, preguntas que la han acompañado por siempre. En su primer viaje a Puerto Rico, descubre que no todos los puertorriqueños son pobres (p. 34). Cierra este primer capítulo con una reflexión sobre el inicio, junto a su hermana Lydia, de su carrera escolar, sobre la disonancia entre las experiencias vividas dentro de su entorno familiar y las expectativas de las maestras:

Estábamos siendo criadas con valores culturales ricos, que nos sostendrían por el resto de nuestras vidas: relaciones familiares cercanas, el idioma español, y responsabilidad y obligación mutuas. Las expectativas de las maestras, no obstante, eran bastante distintas. Comenzar la escuela nos abrió un nuevo mundo, al mismo tiempo emocionante, enajenante, y a veces sencillamente aterrador... (p. 38)

El segundo capítulo de las memorias de Sonia nos lleva a sus años de escuela elemental e intermedia. Las escuelas a las que asistió eran mayormente monoculturales, dentro de las cuales, por ejemplo, hablar español era considerado una falta. Y así, como tantos otros niños, Sonia aprendió que el español se limitaba a la familia, a asuntos privados. El lenguaje para asuntos serios, incluyendo el aprendizaje escolar, era el inglés (p. 41).

A finales de su primer grado, Sonia ya se había enamorado de la palabra, de leer, de escribir. Se convirtió en una “buena estudiante,” según lo reflejan sus notas. Afín con las expectativas institucionales para los niños de familias inmigrantes, los comentarios en sus informes de progreso destacan, sin embargo, su conducta, apariencia y hábitos de salubridad (p. 45). Además de su faena escolar, trabajaba en la bodega de su papá en diferentes capacidades. Una vez aprendiera crochet de una vecina alemana, Mrs. Goldschmidt, Sonia confeccionaba ropa para muñecas, a las cuales acicalaba con elegantes sombreros y alhajas. Don Federico las colocaba en el escaparate y las vendía por $3.00 (pp. 50, 55). Su jornada como maestra comenzó en las calles, siendo apenas una niña; sus alumnos: niñitos de tres, cuatro y cinco años a los que enseñó sus primeras letras (p. 54).

En 1957, la familia de Sonia se mudó a un sector de clase media y de población predominantemente blanca. Este acontecimiento marcó su vida de múltiples maneras, particularmente en torno a las oportunidades educativas que entonces tuvo disponibles. En combinación con otros factores —entre ellos, su tez clara— esta mudanza apoyó su ascenso en términos educativos y el acceso a visiones más amplias de lo que podía ser su vida, lo cual fue determinante en su trayectoria:

Si mi familia no se hubiese mudado a East Flatbush, tengo la certeza de que no estaría donde estoy hoy. (p. 70)

Esta mudanza supuso, igualmente, el comienzo de un cambio profundo en su identidad:

Lydia y yo fuimos gradualmente cambiando al inglés como nuestro idioma preferido. Para cuando nos hicimos adolescentes, cuando nuestros padres nos hablaban en español, inevitablemente respondíamos en inglés... Nuestras identidades culturales también comenzaron a cambiar, según asumíamos las costumbres de nuestros compañeros de clase y vecinos, que no eran sólo de clase media, sino también de blancos. Todavía nos encantaba nuestro arroz con pollo y tostones, pero nuestros gustos ahora también incluían hot-dogs y hamburgers, y con un reconocimiento a nuestros vecinos judíos e italianos, bagels, knishes, pizza y espaguetis. (p. 64)

Las reflexiones de su diario ilustran cómo las identidades que ensayaba la alejaban inevitablemente de sus raíces de clase trabajadora. La evolución tenía un costo emocional: “por primera vez, me sentía incómoda con mis padres inmigrantes” (p. 65).

Recuerdo una ocasión en la que Mami estaba tratando de abrir con sus llaves la puerta de enfrente de la casa con cierta torpeza. Parada a su lado, miré su pelo blanco, su cuerpo regordete y traje anticuado. Me sentí supremamente avergonzada de su apariencia y comportamiento, quería que entrara rápido a la casa para que nadie la viera. (p. 65)

No obstante, con el paso del tiempo, según fue asumiendo su identidad con más comodidad:

Cobré conciencia de cuán impresionantes son mis padres, cuán valientes, cuán resilientes, cuán admirables. Pero es algo que en ese entonces, con trece años, todavía no podía entender. (p. 65)

Escuchemos a Sonia, al cierre del tercer capítulo:

Nuestro lento ascenso a la clase media estuvo lleno de retos, tanto beneficiosos como peligrosos, lo cual demuestra que cruzar líneas de clase y de etnia conlleva siempre riesgos y recompensas. Lydia y yo entramos a un nuevo mundo, un mundo poblado de gente distinta a nosotras no sólo en etnicidad y clase social, sino también en historia, experiencias, gustos, expectativas y valores. Cómo aprendí a navegar estas experiencias ha sido el tema del resto de mi vida. Cómo aprendí a recobrar el sentido de mi propia identidad cultural y sentirme segura y feliz conmigo misma es también parte de mi historia. (p. 75)

El proceso complejo de navegar su adolescencia e identidad continúa en el cuarto capítulo, cuando entra a la escuela superior:

El próximo paso en mi jornada fue Erasmus Hall High School... Erasmus Hall me ofreció la educación de alta calidad que me sirvió como trampolín hacia mi educación futura y mi vida personal. Asistir a Erasmus Hall fue una de las experiencias más difíciles, enajenantes, y en última instancia más valiosas de mi vida. Me abrió posibilidades por las cuales siempre estaría agradecida, al mismo tiempo me hacía sentir marginada, como si nunca pudiera realmente pertenecer en ningún lugar. (p. 77)

En Erasmus Hall nunca aprendí que hay puertorriqueños que escriben libros, crean arte y hacen otras cosas de valor público. Me tomó muchos años descubrirlo. No sorprende entonces que me sintiera invisible. Aprendí que la identidad es algo de lo que no se habla. Si no estabas completamente asimilada, mantenías tu cultura detrás de puertas cerradas. En el mejor de los casos, era una fuente de bochorno; en el peor, una fuente de humillación. Esta invisibilidad cultural estaba relacionada con mi sentido de marginación. Mirándolo desde un lado positivo, la invisibilidad de mi cultura en esos años, y mi aceptación y abrazo de la misma al cabo del tiempo, también tuvo mucho que ver con el foco de mi profesión escogida. (p. 79)

Pasó el tiempo y llegó el momento de considerar ir a la universidad. Abordó a su papá con temor, dado que pensaba que sería prácticamente imposible para él financiar los estudios, sobre todo tomando en cuenta que ya Lydia los había comenzado. No obstante, su papá respondió: “Si entras, haremos lo que podamos para apoyarte”. Sonia recuerda el momento como uno de los más felices de su vida (p. 93).

Erasmus Hall quedó atrás. Diploma en mano, y con una beca de cien dólares de la Asociación de Comerciantes de Flatbush, otra de doscientos del estado de Nueva York, la bendición de don Federico y doña Esther, y la esperanza de una vida con sentido, Sonia comenzó sus estudios en St. John’s University (p. 94).

La experiencia del bachillerato fue transformadora en varios aspectos. En particular, porque le dio la oportunidad de desarrollar destrezas más allá de las académicas: “Pasé de ser una estudiante de escuela superior callada y seria, a ser una estudiante universitaria sumergida en muchos aspectos de la vida social, académica y extracurricular del campus (p. 96). Mientras tanto, su conciencia política, poco a poco, tomaba forma, según reconocía, a veces de manera hiriente, por el prejuicio de sus compañeros hacia los puertorriqueños (p. 101). Las clases que más le interesaban eran las de educación, dado que la acercaban a su sueño de ser maestra. Paralelamente, afloraban otras metas: viajar, conocer el mundo; hacer una diferencia no sólo en su sala de clases, sino más allá (p. 104).

De sus estudios, recuerda su experiencia de práctica en un cuarto grado con Mrs. Adler:

Mrs. Adler estaba siempre de pie, moviéndose entusiastamente por el salón, rara vez usaba su escritorio, lleno de papeles en una esquina del salón. No recuerdo que se haya ausentado ni una sola vez, a pesar de que en una ocasión vino con laringitis. No podía hablar, de manera que hizo un juego de escribir todo en la pizarra para comunicarse con los estudiantes. Escribió que vino al trabajo, a pesar de no poder hablar, porque amaba estar en la escuela y no quería perderse ni un minuto. Mrs. Adler me inspiró a querer ser una buena maestra, una que tratara a todos los niños con justicia, que viera lo bueno en cada niño, y ser una aprendiz por toda la vida. Llegaba a casa exhausta cada día, pero estar en su salón reforzaba mi deseo de ser maestra. (pp. 113-114)

En 1965, Sonia obtuvo su grado en educación elemental, con una concentración menor en español (p. 114). Pospuso el momento de ejercer el magisterio, para hacer estudios de maestría en literatura hispana en Madrid, España. El 9 de septiembre de dicho año, don Federico y doña Esther, Lydia y Freddy, además de otros familiares y amigos, se congregaron en el puerto para despedir a Sonia, quien zarpaba en una embarcación italiana rumbo a Francia. Pasó una semana explorando París, para luego llegar a Madrid. Las clases eran en la Universidad Complutense, mayormente en la Facultad de Filología. Sonia describe la experiencia como liberadora (p. 119-121).

La experiencia en España marcó su destino, no sólo en el ámbito profesional, sino también en el personal. En marzo del siguiente año, en una visita a la ciudad de Cuenca junto a su amiga Susan, conoció a Ángel. Ya sentada en el tren antes de salir, un joven se le acercó: “Disculpe señorita, pero está en mi asiento”. Después de comprobar que a ambos les habían asignado el mismo lugar, el joven se encargó de que le asignaran otro. Al llegar a su destino, Susan y Sonia descubrieron que la oficina local de turismo estaba cerrada, por ser el Día de San José y del Padre. Expuestas al frío y preguntándose qué hacer ante la inesperada situación, el joven reapareció. Se ofreció a servirles de guía. Fue un día “mágico”, durante el cual recorrieron las calles de la ciudad. Al despedirse de las jóvenes en la estación del tren, Ángel les trajo una pequeña botella de Resoli, el licor de la ciudad, a cada una. Mirando por la ventana del tren, al salir de la estación, Sonia pensó: “Creo que hoy me enamoré”. Sobre los meses siguientes, recuerda:

Vivimos una primavera gloriosa, locamente enamorados, el tipo de enamoramiento que te roba el aliento, del que te impide pensar en nada más... Ángel me hacía sentir bien sobre mí misma en muchos sentidos, incluyendo el ser puertorriqueña. Se convirtió también en mi mentor político y cultural. Siempre consciente políticamente (su padre estuvo del lado de los que se opusieron a la insurrección fascista de Franco que llevó a la Guerra Civil Española), se definía a sí mismo como un anarquista, pero realmente, estaba más cercano a lo que yo llamaría un social demócrata: creía en la colaboración y la solidaridad con otros, ideales que perduran como sus valores más preciados. También era una persona muy leída e inteligente, pues había consumido cada libro de la extensa biblioteca de su padre. Pasábamos largas horas hablando de política, arte, literatura, todo. Sus ideas políticas comenzaron a influenciarme tan pronto nos conocimos y continúan haciéndolo al día de hoy. (pp. 126-127)

Y bueno, hasta ahora, la pequeña botella de Resoli descansa en el alféizar de la ventana de la cocina de su hogar (pp. 123-127).

Sonia regresó a Nueva York. El ajuste fue difícil. Extrañaba a Ángel y su vida en España. No obstante, volver a ver a sus padres fue maravilloso. Su identidad como puertorriqueña nacida en Nueva York (lo que más tarde se conocería como “nuyorican”) estaba fortalecida y retomó hablar español con sus padres. Ese mismo mes, comenzó su primer año como maestra, en la Escuela Ocean Hill-Brownsville: la carrera con la cual por tantos años había soñado (p. 129).

Durante mis primeros años como maestra, en busca de inspiración y consejo, leí cuanto libro de educación pude encontrar. En esos años no faltaban libros sobre educación pública. El tema de la educación pública estaba candente. Era la década del sesenta y, después de todo, se estaba prestando más tiempo y atención a asuntos de justicia e igualdad, incluyendo en la educación pública urbana. El movimiento de los derechos civiles estaba en su apogeo. Los noticiarios nocturnos reseñaban casos de escuelas en pésimas condiciones, en las cuales se les negaba a niños negros y multirraciales una educación decente, y presentaban los abundantes conflictos entre la Federación Unida de Maestros (UFT, por sus siglas en inglés) y grupos comunitarios, algo que experimenté de primera mano durante mis años de inicio como maestra. Leí algunos de estos libros antes de comenzar a ejercer, pero la mayoría después de comenzar. Todos me ayudaron a entender mi rol como maestra de manera distinta a mis nociones previas, idealizadas, sobre la enseñanza. Comencé a entender que el magisterio no trata sólo sobre satisfacción personal —mía o de mis estudiantes— y no sólo sobre compartir lecciones emocionantes y descubrimientos. Trata también de compromiso, servicio, valentía y amor. (pp. 130-131)

Sonia era la única maestra puertorriqueña en Ocean Hill-Brownsville; de hecho, la única maestra latina en la escuela, la cual estaba ubicada en una comunidad de pobreza extrema, en términos de recursos e infraestructura. La mayor parte de los residentes eran afroamericanos y puertorriqueños; el nivel de desempleo, altísimo. No obstante, había cierto optimismo según los padres y las comunidades se organizaban para reclamar más representatividad e injerencia comunitaria en la docencia y administración escolar, y mejor educación para sus niños (p. 132-133).

El primer año como educadora fue, para Sonia, sumamente difícil, sobre todo durante los primeros meses. Como tantas maestras nuevas, pronto sintió que no tenía la preparación para enseñar (p. 134). Así, fue cobrando conciencia sobre la irrelevancia del currículo con relación a las vidas de los estudiantes y aprendiendo lecciones vitales en la marcha. Recuerda la experiencia de compartir con sus estudiantes que la cena de acción de gracias de su familia incluía arroz y habichuelas y pernil. De primera intención, los niños se mostraron incrédulos y luego se “atrevieron” a compartir lo que realmente habían cenado en sus casas, en lugar de lo que “se suponía” que las familias comieran durante la festividad (p. 138-139).

Dos conceptos fundamentales en la obra de Sonia comenzaban a aflorar: la importancia de currículos multiculturales y la de sostener relaciones auténticas con los estudiantes. A modo de reflexión de esa primera experiencia, Sonia comenta:

A pesar de lo increíblemente difícil que fue ese primer año, aprendí muchas lecciones valiosas que han permanecido conmigo. Claro está, aprendí a amar a mis estudiantes. Más al punto, aprendí a respetarlos y entenderlos. Hay muchas maestras que aman sus estudiantes, pero pueden no creer en ellos o no entender quiénes son. Ambas sensibilidades son necesarias.

Aprendí el significado de contar con colegas y administradores que te apoyen, no sólo cuando las cosas van bien, pero, especialmente, cuando no. Las maestras nuevas necesitan mentoría constante, un espaldarazo cuando están haciendo las cosas bien, y una crítica amable cuando todavía tienen mucho que aprender. Tuve la buena fortuna de contar con algo de ambas en ese primer trabajo. (p. 142)

En el plano personal, contrajo matrimonio con Ángel, en España, durante el receso de invierno. Regresó a la escuela como Miss Nieto, en lugar de Miss Cortés. Varios meses más tarde, Ángel pudo radicarse en los Estados Unidos, y comenzaron a construir su hogar como familia.

Al cabo de sus primeros dos años como maestra, Sonia había sido testigo de que la inteligencia y el trabajo arduo de las personas no son suficientes para determinar su futuro, sino que pesa más la raza, el lugar de residencia y el acceso a oportunidades, que jóvenes más privilegiados asumen como derecho de nacimiento (p. 153). Así emergía su conciencia política.

El siguiente capítulo, “The Bilingual School: ¡Somos Pioneros!”, relata la experiencia de construir una escuela bilingüe, en un tiempo dentro del cual el campo de la educación bilingüe apenas comenzaba a desarrollarse. Es una experiencia que devuelve a Sonia su ilusión por el magisterio, el cual, ante las dificultades enfrentadas, se sentía debilitado. Es una historia de lucha colectiva, de reivindicación política y social.

En julio de 1968, Sonia recibe una llamada de Hernán LaFontaine, para entrevistarla con respecto a la posibilidad de que se integrara a la facultad de una escuela que inauguraría el semestre entrante, la Escuela Bilingüe en el Bronx. Al momento, existía una sola escuela bilingüe en los Estados Unidos, ubicada en Miami Dade y la cual servía a niños de refugiados cubanos. Hernán, un puertorriqueño criado en Nueva York, había sido contratado como principal de la escuela en el Bronx, la PS 25. Con nuevos bríos ante esta nueva oportunidad, Sonia se integró como maestra de cuarto grado (p. 154-156). Todos los estudiantes eran latinos, mayormente puertorriqueños, aunque había algunos panameños y dominicanos (p. 159).

Fue un año turbulento —mayormente por la tensión entre la Federación Unida de Maestros (UFT) y la Junta Escolar—, que exigió a Sonia asumir posturas políticas en torno a los conflictos y defenderlas:

Las palabras justicia social todavía no fluían suavemente de mis labios, pero sabía que estaba cambiando. Mi incipiente conciencia política, la emoción de participar en una escuela nueva como pioneros del experimento de la educación bilingüe, de maestras, administradores y miembros de la comunidad con mentalidad afín convergían para crear una atmósfera dramáticamente diferente a la de mis primeros dos años de maestra. Trabajar en la PS 25 fue una experiencia extraordinaria, que cambió mis ideas sobre enseñanza, aprendizaje, cultura y política. (p. 156)

Dado las prioridades de la escuela, pronto me convertí en una defensora férrea no sólo de la educación bilingüe, sino de los beneficios de la participación de los padres. Mi filosofía educativa cambió dramáticamente como resultado. Al aprender a valorar el español como recurso y fortaleza, también aprendí sobre acercamientos a las familias que fueran serios y respetuosos. (p. 157)

Encaminada la conciencia política de Sonia como marco de su praxis, es en este tiempo cuando, además de concebirse a sí misma como maestra de la sala de clases, comienza a fortalecer su dimensión como desarrolladora de recursos didácticos, y comienza a asumir posturas críticas y creativas frente la gestión curricular:

Igualmente, me torné más audaz en la exploración de nuevos métodos y materiales. Cerca de mediados del año, por ejemplo, me había cansado de los libros básicos de lectura y comencé entonces un programa de lectura independiente de forma que los niños pudiesen escoger los libros que les interesaban, en lugar de los que les asignaba... Leer lo que querían, en lugar de lo asignado para leer, resultó ser una muy buena manera de enseñar a leer, y a mis estudiantes les encantaba aprender de esta manera. Mientras leía individualmente con ellos, conocí más profundamente sobre sus gustos, metas y hábitos. También estaba aprendiendo sobre cómo expandir mi currículo para incluir otros temas y perspectivas. A pesar de ser intentos rudimentarios, anticipaban mi interés creciente en la alfabetización, la equidad, la diversidad y la cultura.

Aprendí que la cultura no es un impedimento al aprendizaje, a pesar de lo que me habían enseñado en St. John’s. Allí, el mensaje, explícito o no, había sido “deja tu equipaje cultural en la puerta. En la PS 25, aprendí que hacer eso no sólo es una imposibilidad, sino también una oportunidad perdida para la enseñanza y el aprendizaje. (p. 160)

También, estrechamente vinculado a principios que se convertirían en fundamentos de su teoría y praxis, sus experiencias en la Escuela Bilingüe del Bronx le reforzaron lo que iba esclareciéndose para ella: “las relaciones sólidas [entre maestros y estudiantes] son la base de procesos de enseñanza/aprendizaje exitosos” (p. 162).

En noviembre de 1969, Sonia daba a luz a Alicia, su primera hija. Dado que fue el primer bebé nacido entre el equipo de trabajo de la PS 25, le llamaban the bilingual baby. A pesar de que le encantaba estar con Alicia, las tareas domésticas le aburrían. Poco después se reintegró a la escuela en calidad de maestra sustituta; al año siguiente, y gracias a una subvención del gobierno federal, asumió la posición de especialista curricular en la escuela (pp. 164-166). A fin de cuentas, estuvo activa en esta escuela desde 1968 a 1972. Resume esa etapa como unos de los años más significativos de su vida: “pulí mis destrezas como maestra, aprendí sobre currículo, adquirí más confianza en mí misma y mis habilidades, y desarrollé una buena dosis de conciencia política” (p. 167). Muy pronto entraría al mundo de la educación superior, en calidad de profesora, cuando, según nos cuenta en el noveno capítulo, se une a la facultad del Brooklyn College, como parte del programa de educación bilingüe, el cual estaba por comenzar. Este programa era un esfuerzo conjunto entre el Departamento de Estudios Puertorriqueños y la Facultad de Educación. Al principio, Sonia se sentía como “pez fuera del agua” (p. 175). Todo era nuevo para ella: prontuarios, horas de oficina, comités departamentales e institucionales, investigación, publicación. Como si fuera poco, al cabo del segundo año, fue electa al Senado de la Facultad.

Laborar en Brooklyn College fue, para Sonia, una prueba de fuego en términos políticos. La academia, con su currículo tradicional etnocéntrico, se sentía amenazada por los programas de estudios étnicos que surgían, y ejercía sus mecanismos para contenerlos; el resultado de esa tensión fue un activismo político explosivo. Sus años allí —de 1972 a 1975— fueron un torbellino de acciones políticas que incluyeron, desde mítines y demostraciones, hasta arrestos (pp. 175-176).

Además de ejercer su función como instructora, también fue una época de aprendizaje en calidad de estudiante, al tomar cursos en New York University (NYU), por ejemplo, sobre historia de Puerto Rico. Fue una oportunidad para sumergirse en la teoría e investigación sobre educación bilingüe (pp. 176-178). Igualmente, le proveyó un marco de referencia políticosocial dentro del cual dar sentido a su propia experiencia como una puertorriqueña “exitosa”:

Fui una de las pocas puertorriqueñas que sobrevivieron el sistema educativo, mayormente ilesa, a través de una combinación de suerte, apoyo familiar, determinación, piel clara, y algunos buenos maestros y maestras, y especialmente porque mi familia se mudó a una comunidad de clase media cuando estudiaba la escuela intermedia. (pp. 173-174)

Decía, al principio, que el recorrido de la vida de Sonia entreteje sus experiencias de educación formal y vida pública con su vida íntima. Sabemos, así, que en agosto de 1973, muere don Federico, su padre: “No estaba lista para dejarlo ir. Décadas más tarde, todavía sueño con él, como si estuviera vivo” (p. 180).

Ya para 1974, Sonia entendía que, para continuar una vida de lleno en la academia, era imprescindible obtener un grado doctoral. Con mucho pesar por lo que dejaba atrás, incluyendo su vida en Brooklyn, su trabajo, su mamá, pero con la certeza de que era la senda que le tocaba andar, emprende el camino hacia la Universidad de Massachusetts (UMass) en Amherst. Sabía que daba un paso trascendental. El compromiso con aportar a una sociedad más equitativa y justa le estaba trazando el camino:

Dejar Brooklyn College me hizo darme cuenta de que nunca sería la misma Sonia Nieto que antes. Toda mi perspectiva de la vida cambiaba mientras desarrollaba una conciencia más crítica sobre la vida, la educación, la cultura y la política. Ya no podía ver las noticias en la televisión o leer cualquier cosa sin pensar sobre las implicaciones políticas. Asuntos de colonización, patriarcado y raza estarían por siempre en mi mente, particularmente según se relacionan con educación. Aprendí a ser más valiente, más directa, menos temerosa de alterar el status quo. A través de mis clases e interacciones con estudiantes, aprendí al mismo tiempo que mi trabajo no es el de enseñar a otros a ser como yo, sino más bien el de abrirles los ojos a perspectivas diferentes, a educarlos en el más verdadero sentido de la palabra.

Brooklyn College me enseñó también que nunca sería tan radical como algunos de mis colegas, ni como muchos de mis estudiantes; aunque probablemente ellos tampoco son ya tan radicales como eran entonces. Decidí también que nunca sería una revolucionaria, presta a tomar las armas o participar en actos de violencia de cualquier tipo, como parecían estar algunos de mis colegas. No obstante, en años subsiguientes continué participando en una buena cantidad de demostraciones y líneas de piquete. He firmado muchas peticiones, contribuido financieramente a organizaciones políticas y de justicia social tanto locales como internacionales, y sujetado carteles de candidatos políticos para todo tipo de causa... he apoyado... a muchas organizaciones enfocadas en diversidad y equidad; y he servido como miembro asesor o síndico en numerosas juntas que trabajan hacia una sociedad más inclusiva y justa.

El foco de mi trabajo político estaba entonces más claro.... Con mi conciencia creciente, me di cuenta de que —a pesar de que tal vez todavía no contaba con el lenguaje para expresarlo adecuadamente— la justicia social, la equidad y la diversidad definirían el trabajo de mi vida. Mi foco se convirtió, y lo ha sido desde entonces, la educación de estudiantes para quienes el sistema de educación pública no ha servido equitativamente. Mi meta ha sido cambiar esa realidad. (p. 189-190)

Al recordar su llegada a Amherst, Sonia rememora el contraste entre la vida de ciudad grande a la cual estaba acostumbrada y la de un pueblo pequeño, como lo era su nuevo entorno. Le parecía un sueño: las calles estaban limpias, había poco tráfico y muchos lugares para Alicia correr, y numerosos eventos comunales. Ángel y Sonia muy pronto reconocieron que era allí donde querían echar raíces y criar su familia (p. 191). Escogió cursar sus estudios en UMass por su currículo y pedagogía innovadores, y por su compromiso con la justicia social. Su primer curso, Fundamentos de la Educación Multicultural, lo tomó con Bob Susuki. El tema central de la clase se convirtió en su trabajo de vida:

Ese primer curso me dio el lenguaje que andaba buscando desde los años que enseñaba en la escuela pública y en Brooklyn College. Pluralismo cultural, educación antirracista, educación liberadora, diversidad, equidad, acceso: estos términos se convirtieron en las herramientas analíticas que usaría para entender y definir mis ideas y mi trabajo. Las clases de Bob me introdujeron a muchos de esos conceptos y teorías. Aprendí sobre la historia de la inmigración y relaciones raciales de los Estados Unidos, caracterizadas por ambas, inclusión y xenofobia, al igual que sobre la historia de desigualdad en la educación pública...

...Aprendí no sólo sobre educación multicultural, sino también sobre el contexto en que se había desarrollado. En esas clases, me di cuenta por vez primera que nada, incluyendo los procesos de escolarización, pueden ser entendidos sin tomar en consideración su contexto sociopolítico. Ese ha sido uno de mis más grandes descubrimientos en mi vida de aprendizaje. (p. 193-194)

Sonia destaca que su educación doctoral en UMass fue, en términos intelectuales, la etapa más estimulante de su vida, llena de cursos y experiencias retadoras y enriquecedoras. Paralelo a su vida como estudiante, se involucró, de la mano de Ángel y otras familias, en el establecimiento de una escuela pequeña —bastante radical, pedagógica y políticamente— a la que llamaron Che-Lumumba (por el Che Guevara, uno de los líderes de la revolución cubana, y por Patrice Lumumba, líder anti-colonialista y primer primer ministro elegido democráticamente en el Congo):

Para Ángel, la escuela era donde podía vivir sus valores de siempre de solidaridad, equidad y amor. Para mí, era un espacio en el cual poner en práctica la filosofía antirracista y crítica multicultural que estaba desarrollando. (p. 196-201)

Las familias que integraban la escuela —y que, a su vez, se convirtieron en la familia de los Nieto-Cortés en Amherst— hacían todo juntos: desarrollaban el currículo y eran los maestros; celebraban cumpleaños y bodas; protestaban contra la intervención de los Estados Unidos en Centroamérica y contra el apartheid en Sudáfrica. Además, Che-Lumumba fue la escuela de Alicia hasta que cerró en 1980. Cuatro años antes, la familia había crecido con la adopción de su hija Marisa (pp. 202-204). En 1979, Sonia culminó su grado doctoral (p. 209).

Llegamos, así, a la tercera y última parte de la obra. Corresponde a la parte que más conocemos de Sonia: su obra de investigación y sus escritos.

Al año siguiente de obtener su grado doctoral, Sonia se unió a la facultad de UMass, de la que fue parte hasta su jubilación en 2006. Entre las experiencias que destaca de su vida académica, incluye la relación cercana que cultivó con Paulo Freire, quien era invitado con regularidad a UMass como profesor visitante:

Mis experiencias con Paulo impactaron más mi crecimiento intelectual que cualquier otra cosa durante esos años. Leía todo lo que escribía. Con cada lectura, absorbía más de sus ideas. Sentada en los seminarios, clases y charlas comunitarias que ofrecía, veía el vínculo entre educación y política cada vez con más claridad. Estando con Paulo sentía que veía la historia desdoblarse. (p. 211)

La primera experiencia de Sonia en la conferencia anual de la American Educational Research Association (AERA) no fue buena. De hecho, se juró no volver, y por casi una década, no lo hizo. Una vez le dio una segunda oportunidad, encontró un cuadro distinto, más representación de latinos, afroamericanos, asiáticos, pueblos nativos y académicos internacionales, además de más receptividad a asuntos relacionados con la justicia social (pp. 214-215); además, y no menos importante, fue la fiesta latina. Lo que comenzó con modestos encuentros en los cuartos del hotel, se ha convertido en un evento de envergadura, esperado y disfrutado por muchos: “Para mí, el Latino party, cambió AERA de una conferencia dispersa y tiesa, en una que demostró que los académicos sí pueden bailar y pasarla bien” (p. 215).

Mientras su vida profesional florecía, su vida personal enfrentaba situaciones difíciles, tanto con su hija Marisa, cuya crianza supuso retos inmensos, como con su Mamá, a quien la ausencia de su esposo y el cuido de su hijo Freddy debilitaban. Justo el día que se cumplían dieciséis años de la muerte de don Federico, el 22 de agosto de 1989, moría doña Esther. En 1993 Marisa dio a luz una niña, Jazmyne, la cual Ángel y Sonia amorosamente acogieron como una tercera hija.

Para finales de la década de 1980, Sonia reconoce que le hace falta dedicar más atención a la investigación y a escribir. Jim Banks, autor del clásico Teaching Strategies for Ethnic Studies, fue crucial en alentarla en esta dirección: “ya es hora de que escribas tu propio libro” (p. 225-226). Esta sugerencia, un tanto inesperada, caló en Sonia:

Jim siempre ha apoyado mi trabajo, desde antes de ser reconocida ampliamente fuera de Massachusetts o Nueva York, y antes de que yo pensara que estaba lista para tal empresa. Dado que era una voz tan prominente en el campo, su estímulo significaba mucho para mí. Me hizo empezar a pensar sobre escribir mi primer libro, el que cambiaría mi vida. (p. 226)

Parecía ser que las estrellas estaban alineándose. Muy pronto se le acercó un editor de Longman Publishers y comenzaron las conversaciones, hasta que nació la idea de Affirming Diversity: The Sociopolitical Context of Education, libro que marcó un hito en su carrera (p. 227-228):

No exagero al decir que mis años más productivos como académica y escritora vinieron después de escribir Affirming Diversity. A pesar de haber sido una académica en Brooklyn College por tres años y en UMass por doce, fue éste el libro que catapultó mi carrera. De algún modo, el libro capturó mi pensamiento, mi práctica y mis valores de una manera que ninguna conferencia, artículo o capítulo jamás hubiese podido. (p. 232)

La historia en adelante es la que tal vez más conocemos. Es la que, por mucho tiempo, muchos hemos agradecido, celebrado. Desde su publicación, Affirming Diversity es, consecuentemente, el primer o segundo libro de texto en el campo más vendido anualmente. Este y otros de sus libros se utilizan internacionalmente y han sido traducidos a varios idiomas. En 1999 publicó The Light in Their Eyes: Creating Multicultural Learning Communities y Puerto Rican Students in US Schools en el 2000 (p. 241). Varias otras de sus publicaciones giran en torno al interés de Sonia con respecto a lo que pueden hacer las maestras para conectar con sus estudiantes. Libros como Why We Teach? y What Keeps Teachers Going? Incluyen, de manera protagónica, las voces de maestras en la exploración de estas interrogantes (p. 242).

A través de los años, Sonia ha recibido múltiples y prestigiosos reconocimientos y premios. Es difícil escoger cuáles mencionar. El Museo de Educación en Estados Unidos eligió Affirming Diversity como uno de los 100 libros que ayudaron a definir el campo de la educación en el siglo 20. Ha sido la oradora principal en decenas de actividades en Estados Unidos y a nivel internacional, visitando países como: España, Suecia, Sudáfrica y Noruega. El Teachers College, de la Universidad de Columbia, le entregó, en 2014, la Medalla por Servicio Distinguido, el premio más alto que otorga dicha institución. Ha sido merecedora de cinco doctorados honoris causa.

En 2005, fue diagnosticada con cáncer de mama, lo que llevó a Sonia a acogerse al “retiro” un tanto temprano: “la experiencia [de tener cáncer] me hizo darme cuenta de que la vida es corta... que merecía un descanso de una vida muy agitada como académica y educadora de maestras” (p. 250). Sonia nos acerca a ese último instante en que se despidió de sus estudiantes, al terminar esa clase que marcó su retiro: “En esa última clase en diciembre del 2006, mis estudiantes, de pie, me ofrecieron una ovación” (p. 250).

Los días de Sonia son más de júbilo que de retiro, lo cual celebra en el epílogo de sus memorias. En las mañanas, continúa escribiendo sus libros y artículos, mientras Ángel, a su lado, escribe sus poemas y cuentos. En las tardes, se sienta en algún café, donde invariablemente se le acercan estudiantes, colegas, personas que no conoce, para consultarle, entrevistarla, conversar (p. 253). Sigue sumamente ocupada y con muchos proyectos en camino. Sonia sigue soñando. Sus memorias, las que hasta ahora ha escrito, cierran como sigue:

Desde la jubilación, te tenido la oportunidad de ponderar preguntas que he tenido por muchos años sobre el trabajo de mi vida: ¿qué significa ser educadora del sistema público, académica, maestra, erudita, y mentora? Y aun más importante para mí, ¿qué significa ser hija, esposa, mamá? Para mí, estos roles han estado siempre entrelazados. En todos estos años de mi vida, he llegado a la conclusión de que algo que aprendí hace más de cincuenta años atrás en un curso en la Universidad de St. John’s—‘comenzar donde están los niños’—es una verdad fundamental para todos los educadores. Es decir, la educación puede funcionar para los estudiantes pero sólo si parte de las fortalezas que traen los niños y sus familias. He tratado de conectar esta verdad sencilla con mi trabajo en educación multicultural.

En el análisis final, me quedo reconociendo que mi vida, como la de la mayoría de las personas, ha sido un tapiz complicado: tan lleno de ráfagas de color, como de sombras; e invisibles para muchos, de hilos sueltos y hasta nudos, al dorso. También ha estado llena de contradicciones y dilemas sin resolver, tanto en mi vida personal como mamá, así como en mi vida profesional como maestra y educadora del sistema público.

Cuando niña, me preguntaba si y cómo iba alguna vez a encajar, porque parecía no haber sitio para mí. Mi cultura, mi lenguaje, mi clase social parecían ser vistos como barreras para ser aceptada y progresar. Ahora, me doy cuenta que esos marcadores de identidad han sido en cambio bienes que me han permitido tener una vida y una carrera hermosas. No obstante, a menudo nuestra nación continúa percibiendo la diversidad como poco más que un problema por resolver, y con certeza lo mismo es cierto para las escuelas. Queda un largo camino por andar hasta que la verdadera equidad para estudiantes de todos los trasfondos pueda ser una realidad la cual demos por sentado. Espero, sin embargo, que mi trabajo haya ayudado a inclinar el campo de la educación hacia una dirección social más justa.

No he cambiado el mundo, pero como todos los demás, he tratado de dejar mi marca. (p. 254)

Como les decía al comenzar, Brooklyn Dreams: My Life in Public Education, de la Dra. Sonia Nieto, es un relato hermoso y hermosamente contado de la vida de una mujer extraordinaria, quien, desde muy niña, miró —y sigue mirando— el mundo de frente, con su mirada sabia; de una mujer extraordinaria que, desde siempre, lo caminó —y lo sigue caminando— con inteligencia, valentía y generosidad. Es la historia en progreso de una mujer que ha consagrado su vida a luchar desde las salas de clases, desde la comunidad, desde la academia, por procesos educativos capaces de afirmar lo mejor de cada niño, de cada niña, de cada joven; es la historia en progreso de una mujer que ha consagrado su vida a luchar por una sociedad más justa. Su mirada sabia, su caminar inteligente, valiente y generoso, nos inspiran a tantos a intentar ser parte de esa lucha.